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12 Aug
12Aug

Un niño en Shanghái con el logo de Apple rapado no “usa” una marca: la lleva. El símbolo sale de la pantalla y se vuelve gesto, identidad en marcha. Lo potente aquí no es la tecnología, es la portabilidad del mito. Algunas marcas condensan una promesa en una forma tan simple que cualquiera puede reproducirla, adaptarla, jugarla: en un corte de pelo, en una libreta, en una pegatina. Si la marca puede existir sin el producto, entonces tiene cultura —y esa cultura abre camino al negocio.

No hay compra a la vista; hay una promesa que se declara con el cuerpo.Esta foto es un dato etnográfico: estática por fuera, llena de historia por dentro. ¿Os imagináis poder preguntarle al niño y rastrear el viaje de ese logo hasta su cabeza? ¿Quién lo propuso? ¿Qué significa para él? ¿Qué dijeron en casa, en el cole, en la barbería? ¿De qué tribus, referentes o sueños viene esa idea?

Esta es la fuerza del cualitativo, hacer visible lo que no es visible: tirar del hilo hasta que el signo cuenta su mundo. Y ahí aparece lo útil para cualquier marca: entender qué promesa se está encarnando, qué permisos sociales la vuelven posible y en qué rituales cotidianos vive. Una sola imagen bien preguntada vale tanto como mil métricas. 

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