Cuenca, Agosto 2025. Veo al vendedor inclinado sobre los sujetadores, dos mujeres frente a él, mesas repletas de ropa interior y medias, y una pared que encierra la escena. La frase con la que empieza todo me llama profundamente la atención —“a ver, qué te gusta, cuéntame cosas”— así, sin quererlo, convierte el mercadillo en un laboratorio: deja de ser un mostrador y se vuelve conversación. No pide talla ni precio; pide historia y contexto. Escucha hasta que emerge el por qué detrás del qué.
Cuando alguien nos cuenta "cosas" no hay representatividad, pero hay significado, y nos da un mapa de palabras exactas con las que narra su necesidad. Pocas veces en los grandes retailers sentimos esto ya, casi siempre nos encontramos el mismo guion: “¿En qué puedo ayudarte?” o “si necesitas algo, aquí estoy”. Que importante es la pregunta. Estas ponen una tarea: saber que queremos, decirlo rápido y no equivocarnos. En cambio, la escena del mercadillo cambia el chip, el vendedor traduce el relato en opciones, convierte la conversación en significado accionable. La diferencia práctica es enorme, una cierra y nos pone a la defensiva, la otra nos deja con la sensación de haber sido leídos.